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Como si fuera la primera vez, el dolor volvió a apoderarse de mi. Mis ojos apagados no pudieron ver el rojo de las paredes, que se iban acercando silenciosamente.
Ella vino de frente, decidida, convencida, coloco su mano sobre mi muñeca y me llevó.
Esa sensación no me era desconocida, ese dolor se volvió carne en mi.
Al llegar al punto determinante, en el que no habría vuelta atras, me miró.
Cayó de rodillas y se rindió.